Cuando era niño aprendí a jugar al ping-pong en una mesa casera. Las tablas no estaban hechas de una sola pieza, sino que estaban hechas de tablones que habían sido ensamblados. Con el tiempo y jugando en el jardín, la madera había cedido, las tablas se habían extendido, doblado, deformado – nunca nos impidió jugar partidas muy competidas, pero los rebotes eran bastante impredecibles.